¿PUNTO Y FINAL?

La muerte del dictador Jorge Videla no me alegra, pero no me deja impasible. Su imagen, como la de tantos otros de su género, me ha causado siempre un pavor extremo. Su sola visión me provoca estremecimiento, desasosiego, un malestar interior que me remueve en lo más íntimo, muy difícil de describir. El simple acto de escribir sobre él, y sus camaradas, me inquieta. El horror de su atrocidad supera planteamientos de maldad indescriptibles. Y todo en apenas 7 años de dictadura militar, cinco de ellos encabezados por Videla.

Cuando un dictador muere, quien descansa en paz, de verdad, es la libertad.



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