SE VENDE


La crisis financiera que sufrimos, ya a nivel mundial, está provocando desde hace meses consecuencias terribles para muchas familias en nuestro país. Paro, problemas para llenar el carro de la compra, dificultades en el pago de sus hipotecas (agravadas con los continuos e injustificados aumentos de los tipos de interés en la zona euro, el temible euribor)…

Cientos de miles de familias se encuentran atrapadas entre dos operaciones inmobiliarias, una de venta y una de compra, fruto de la boragine de los últimos años en los que de una manera salvaje y desproporcionada se ha especulado con el precio de la vivienda, una indiscutible necesidad básica de todas las personas, como si de cualquier valor en bolsa se tratara.

Creo que hemos aprendido la lección, a palos una vez más. Los particulares, que antes de realizar una inversión de cierta envergadura se deben valorar los riesgos (vendo mi piso por el doble o el triple de lo que me costó, y con lo que gano compro otro el doble de caro que el mío y me embarco en una hipoteca a 100 años); bancos y cajas, que no se puede construir futuro aplicando únicamente criterios de obtención de elevadísimos beneficios a corto plazo confiando en que la espiral alcista no tendrá nunca fin (le financio el piso, los gastos de la compra, los muebles, el coche y algo más por si quiere irse de viaje, y ya pagará como pueda y, si no puede pagar, ya venderá su vivienda , usted ganará dinero y yo le haré una nueva hipoteca, aún mayor que la suya, al comprador); el Estado (y Ayuntamientos, Comunidades Autónomas…) que no sólo de ladrillo vive el hombre (durante años se han financiado básicamente a través de IVA, Impuesto de Transmisiones Patrimoniales, licencias de obras, plusvalías, aprovechamiento medio en procesos de urbanización… de las transacciones inmobiliarias. Y ahora, ¿qué?); promotores, que lo normal cuando se pretende tirar adelante un negocio es que se aporte, al menos, una parte de los fondos necesarios (ninguno pensó nunca que llegaría el momento de tener que hacer frente a los enormes créditos bancarios solicitados, ¿extraño?).

Todos, que el valor de una vivienda está sujeto a las mismas normas del mercado que el resto de bienes y que, por tanto, igual que puede subir, también puede bajar.

En medio de todo esto, poniendo la guinda al pastel, proliferaron intermediarios que cobraban comisiones a tres bandas (comprador, vendedor y entidad financiera), incrementando indiscriminadamente el precio de las viviendas. Miles de oficinas inmobiliarias ocuparon locales comerciales durante años, pagando elevados alquileres a propietarios satisfechos (hasta que dejaron de pagar y comenzaron a desaparecer, dejando esos locales vacíos, hasta hoy).

¿Quién iba a poner fin a esta locura, si todo el mundo ganaba dinero? ¿Quién podía pensar que aquel trozo de terreno del abuelo en el que nadie pensó nunca nos haría ricos de la noche a la mañana? ¿Quién podía negar que con el dinero ganado lo mejor que se podía hacer era comprar viviendas en construcción para venderlas antes de que estuvieran acabadas, eludiendo además el pago de impuestos sobre el beneficio obtenido? Y aún mejor, ¿y si construimos sobre el terrero del abuelo con un crédito bancario o con una permuta y vendemos las viviendas construidas para con lo que ganemos podamos comprar nuevas viviendas en construcción…?

Y ahora, colapsado el mercado inmobiliario, con importantes problemas de liquidez en el sistema financiero nacional e internacional, con créditos impagados… los grandes inversores (el dinero es muy miedoso) venden sus posiciones en el mercado de capitales (realizando beneficios), lo que provoca el desplome de las bolsas mundiales, ocasión que aprovechan esos mismos inversores para adquirir valores a precios bajos, lo que supone nuevas subidas de las bolsas, que facilitarán la obtención de más beneficios a esos inversores cuando los vendan a precios más altos.

Los estados se ven en la obligación imperiosa de actuar en los mercados (en contra de los más sagrados principios del liberalismo económico), adquiriendo activos, inyectando créditos, nacionalizando entidades financieras, garantizando los depósitos bancarios…

Y todo para recuperar la confianza en el sistema. Pero, ¿la confianza de quién?. En los últimos días hemos vivido una situación impensable hasta ahora: se ha puesto en duda la estabilidad y solvencia del sistema financiero. Los impositores, los ahorradores, desinformados generalizadamente por determinados medios de comunicación con noticias incoherentes y faltas del más mínimo rigor económico en muchas ocasiones, han temido por el dinero depositado en bancos y cajas. Las bolsas se han desplomado.

Los gobiernos, de una manera más que urgente, han salido al paso aumentando las garantías públicas (fondos de garantía de depósitos…), aprobando medidas de crédito extraordinario para aumentar la liquidez del sistema, nacionalizando, en ocasiones, algunas instituciones financieras clave… Los bancos centrales han bajado, en una medida sin precedentes, los tipos de interés al unísono.

Seguimos preocupados por la reacción de los mercados…. En realidad de las bolsas, esto es, de si los grandes inversores capaces de producir movimientos significativos en ellas consideran que han recuperado la capacidad de generar nuevos y mayores beneficios (en cuyo caso comprarán y subirán las bolsas) o no (en cuyo caso venderán y las bolsas seguirán cayendo hasta que, “recuperada la confianza”, se decidan nuevamente a comprar, más barato).

Seguiremos esperando…

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Actualitzat el bloc de Noves Generacions del Partit Popular de Ripollet.

www.nnggripollet.blogspot.com

Una abraçada!!

Entradas populares